Cuando la vida calla y el final
de los pasos por el tiempo terrenal muchas son las incógnitas que tras
tanto tiempo han sido una pesadilla para
el hombre y si supone por cierto tanto miedo
y tanta tristeza que la certeza de morir haga tiritar al hombre. A ciencia
cierta en teología moral muchísimas veces
se ha hablado de los nimbos y de lo que
todos llevamos que nos protege de todos los peligros que traten de atentar contra nuestra vida
eliminándola de nuestra existencia.
Nuestro ángel custodio que siempre estuvo con nosotros siendo testigo de nosotros
y de nosotros mismos de nuestros peligros.
Nuestra existencia que
aparte de constar de un espíritu
personifica el mismo en nuestras vidas asumido a nuestra forma de ser y de ver la misma viendo todo el
panorama divisado desde todas las
panorámicas ce la realidad.
Es muy duro y desalentador
para un individuo hablar
de la muerte. Pero hablar de la muerte y saber cuáles son los fenómenos que
la producen es hablar también de un
campo totalmente oculto en la realidad sin que
existan filosofías para evitarla.
Nosotros los metafísicos desde
nuestra máxima sabiduría hasta donde la ciencia ha sido incapaz de llegar y
seguirá dando pasos para evitarla intentamos saber ¿qué hay más allá del hombre,
dentro del hombre, y cuáles son las fuerzas que le impulsan a morir?
En realidad tan certera y desconocida
que la Metafisica no ha podido descubrir hasta ahora.
Las fuerzas del más allá empujan
a la vida provocándola junto al paso del tiempo por nuestra vida hasta absorberla
del todo de una forma mecánica lenta y
automática y donde todos nos sentimos
rechazados procesada cronológicamente a medida que nuestros pasos por la rotación
de la misma tierra son los pasos que por los segundos de un reloj corren.
Un tiempo procesal que nos empuja
sin darnos cuenta y el impulso de la gravedad que nos absorbe a medida que
avanza el paso cinemático de la circunvolución de la tierra hasta el final del
trayecto.
LA TRANSFORMACIÓN
DE LAS FORMAS ES EL TRANSMISOR DE NUESTRA EXISTENCIA.
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