jueves, 26 de septiembre de 2013

EL OTOÑO. LA ESTACIÓN DE LOS AMORES.


Tras la luz de mi ventana de un atardecer quise comprender, al igual que el día me invitó a traspasar  su transparencia.

Me di cuenta en la calle, junto al parque que hay algo más allá de la vida y de los sueños en otra dimensión, una estación distinta a las demás que ronda por encima del colorido de todas ellas. No es otra más que el Otoño. O la estación de los amores  que llamaban los poetas románticos. Machado, Bécquer, Espronceda, o líricos como Garcilaso.

Algún día las hojas del otoño amarillentas unieron ciertos lazos sentimentales, en insólitos lugares, bucólicos coloridos y praderas sonrrojadas  de verdor. Pero el Otoño  no es otra cosa  más que el perfil del sentido  entrañable de la propia vida, desde la mansedumbre y atalaya hirviente que rebulle en el calor presente del acontecer de los pueblos, de las gentes o del erguir conceptual  que fundamenta con los aires boreales del ambiente el transcurso de la existencia terrenal  paso a paso día tras día, minuto a minuto. Diríase así  el principio y el final de las estaciones en el palidecer del sol. La otra primavera.

El Otoño es algo así como un instrumento  que toca al son de una nota romántica, un arroyo, una escorrentía. El estío donde brota el silencio y una hoja se marchita, la madreselva que siente el morir tras el paso de la vida o el sentido del transcurrir del insólito lugar, algo así como una cascada que se pierde en el vacío.

En Otoño la penumbra yace en el sonreír de un niño y el niño enhebra el resplandor que alumbra la misma imagen del sentido verídico del color que refleja el espejo de la integridad implantada tras los años. Poetas andaluces, trovadores medievales y músicos actuales cantaron con sus gestas  la sencillez que doblega el tiempo y las hojas amarillas  de la estación.

La función de la vida inspira la pureza, el color la sensibilidad y el calor. Pero junto a todo eso el clamor de la mayor de las exposiciones sensitivas que unen al hombre, la cara opuesta de los sentimientos y el concepto de la razón por los que se producen.

Siempre hay una motivación expuesta que late por encima de lo que el hombre quiere hacer para la cual hay una respuesta, un actor reflejo  que flexibiliza todo tipo de funciones físicas y vitales del individuo, vía cognoscitiva, tras la cual los poetas románticos se inspiraron. El alma. O la vía para llegar a Dios tanto mística como espiritual. El ágora, el aura,  el camino y la vida.

Alma, asómate  ágora a la ventana, decía Bécquer. Tan alta vida espero, que muero porque no muero. San Juan de la Cruz. Tras el frondor de los arboles luce el aura. Shakespeare. El alma del  otoño marca el camino de la luz estilística y trascendente a la continuidad del tiempo del hombre en su holocausto terrenal en el que todos estamos inmersos.

La tendencia empírica ecuánime a los pasos de nuestros  días fragmentados por el corazón del transcurso del latir del soplo del proceso de la existencia eterna del hombre para que ese corazón fluctúe  y para que ese corazón lata, sea cual fuere la mordaz circunstancia que haga palidecer el rojo de nuestra carne. No es otra cosa más que el significado de la verdad pusilánime  que simboliza el envejecimiento de la vida igual que una hoja amarillea.
El Otoño amarillea, simboliza el envejecimiento pero simboliza el color de una canción, el cuadro de un pintor y un jardín alegre de rosas blancas que personifica el sentido puro verídico de la vida un emblema que maqueta entre los sentimientos , la sonrisa de una barca que navega en el caudal de un rio.  El arpa de madera tapizado en un cuadro, la nota de una eterna canción que no termina sino que se transforma igual que la vida  se transforma en la muerte. Otoño. La cara opuesta de la luz clara. La luz boreal o la otra primavera. La nota, la melodía, un lazo, una canción.


EQUINOCCIO 
. ETERNA ESTACIÓN.


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